Hace poco me
preguntaron cuál era mi jardín favorito. Tras meditarlo durante algunos minutos
y pensar en todos los grandes jardines del mundo que conozco, algunos que he
tenido la fortuna de visitar, otros que conozco por haber leído sobre ellos,
todos creados y diseñados por grandes paisajistas, hubo uno que acudió a mi
memoria.
Recuerdo aquel rincón del patio en la casa
natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La
vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la
lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba
sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco
del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y
abajo, en torno de la fuente, estaban agrupadas las matas floridas de adelfas y
azaleas. Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá, en el
fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento,
centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había
una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo.
Luis Cernuda
Ocnos