Las pruebas que te
pone por delante la vida me han obligado, en algunas ocasiones, a contemplar
mis preciados jardines y parques a través de una ventana durante periodos
prolongados de tiempo. Verde que era un sueño y un suspiro a la vez, pues para
mí poder disponer de una ventana con vistas a una profusa vegetación es
fundamental, me revitaliza, por eso cuando escucho hablar de podar arboles,
hacerles un “desmochado”, por el
simple hecho de que atraen bichos o caen hojas en el alfeizar, me da mucha
rabia.
Somos algo hipócritas
en ese sentido, porque anhelamos vivir en lugares con una amplia calidad de
vida, dotaciones, zonas infantiles y áreas verdes,… pero no queremos ningún
inconveniente a cambio. Clamamos por un
imposible, una naturaleza servil, que seres vivos que albergan otros seres
vivos, se comporten de manera ordenada, geométrica y sistemática. No podemos
pedir tal cosa. Una osadía porque la naturaleza es puro caos en sí misma.
Ruidos hay muchos en
un parque, distintos y variados, unos motivados por unas causas y otros por
otras, y unos más molestos que otros. Pero lo verdaderamente increíble es que
hemos llegado a un punto (sin retorno al parecer), que ya ni si quiera queremos
escuchar a los niños y niñas jugar bajo una ventana, en el área infantil,
apartándolos del lugar más cercano a las viviendas, donde ya no hay árboles, ni
sombra, ni nada. Queremos biodiversidad, pero no aguantamos a los pájaros que
trinen a primera hora de la mañana y expulsando sus excrementos en cualquier
momento. Por supuesto, queremos césped, arbustos, flores, senderos para
recorrer, pero no queremos escuchar al jardinero con el cortacésped, el
cortaseto y la sopladora de hojas. Lo queremos todo, pero molesta.
Naturaleza silenciosa y niños autómatas.
En la pasada “Jornada de Gestión de Riesgo de Arbolado
Urbano” organizado por el Ayuntamiento de Bilbao y la Asociación Española
de Parques y Jardines Públicos, Jake
Tibbets, Jefe del Servicio de
Arboricultura en Islington (Londres), de entre todos los datos curiosos que
aportó durante su ponencia, me llamó poderosamente la atención un estudio
realizado en su localidad en el que se había detectado que en las áreas
infantiles de los jardines en los que existían mayores sistemas de seguridad,
más carteles de precaución, los niñas y niñas no deseaban jugar en ellos,
optando por actividades más sedentarias como ver la televisión o jugar a los videojuegos
(que sí proporciona cierta aventura). En algún lugar del camino se perdía el vínculo
ancestral de poder subir a los árboles y la necesidad de hacer alguna actividad
que, mínimo, implicasen algo de riesgo.
Supongo que soy raro.
No me molesta escuchar a los niños jugar en el parque, ni escuchar el viento
mecer las ramas de los arboles, ni oír a la lluvia caer con fuerza, ni que los
pájaros me ofrezcan diferentes trinos y ni si quiera me importa que las “pesadas” de las cotorras Kramer emitan ese sonido gutural. Disfruto estando al aire
libre, porque cuando es algo que te falta mucho, aprendes a apreciarlo y, si
alguna vez tuviera que volver a recorrer durante interminables horas y días las
esquinas de una misma habitación, al menos que me sea concedido una vista que permita
ver los árboles desde mi ventana.
Fuente imágenes: Stockvault
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Gracias por perder unos minutos de tu tiempo
leyendo este post.
Como siempre me encanta como expresan tus palabras. Cuando voy por la calle siempre oigo al tipico individuo que dice ya tengo el coche sucio de melaza o resina de los arboles!!! pero como bien dices después es que se pide que hayan zonas arboladas. En fin, las cotorras son dificiles ehhh,..pero mejor escucharlas que no oir nada ya que eso es indicativo que hay verde que les rodea.
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