Esa fragancia que
nunca se olvida en espigas florales maravillosas
Simples, dobles o
semidobles; blancas, amarillas, rosas o violetas; reunidas en panículas
cilíndricas o piramidales, las flores de las más de treinta variedades que
constituyen el género Syringa tienen en común la deliciosa fragancia que expelen desde el momento
en que se abren, a principios de primavera. Es el principal atractivo de estos árboles y arbolitos,
pero no el único: sus hojas caducas con forma de corazón, de color verde mate,
suave o más oscuro según la especie, son también muy decorativas. Por su parte,
su graciosa copa redondeada, que no suele elevarse por encima de los 4-5 metros
de altura, encajará perfectamente en todo tipo de jardines, sean cuales sean
sus dimensiones, y si se controla su crecimiento o se eligen especies de
desarrollo limitado, podrá incluso exhibirse en un macetón.
La especie más
cultivada es Syringa vulgaris en sus numerosísimas variedades, que se
diferencian entre sí, principalmente, sólo en el color de las flores. Syringa
vulgaris “Belle de Nancy”, una de las más conocidas, produce grandes y
compactas panículas de flores dobles de color rosa malva. Las de S. vulgaris “Charles Joly” son de
color rojo púrpura y las de “Mme. Lemoine”, de color blanco
puro. Todas ellas pueden
alcanzar los 5 metros de altura al final de su desarrollo. Por eso, si quieres
un ejemplar más pequeño, tendrás que acudir a especies como Syringa meyeri, que
en su variedad “Palibin”, de flores rosadas, no supera los 1,5 metros de altura.
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Syringa
vulgaris |