La lluvia era
incesante. No era fuerte, ni abundante. Lluvia ligera la llaman y mucho frio
para alguien acostumbrado al calor, al azahar que por aquel entonces, en plena
primavera, empezaba a florecer en Sevilla tan solo unos días antes cuando tomé
el tren dirección Asturias. Además estaba el asunto del incipiente resfriado que
amenazaba con subir la temperatura de mi cuerpo cuando ya desde Oviedo el autobús
nos llevó hasta Gijón. A pesar de la lluvia, que me obligó a grabar con una
mano mientras con la otra sostenía el paraguas, a pesar incluso de dejar este
último en varias ocasiones en el suelo para sacar una foto, mojarme para que no
me temblara el pulso, no me arrepentí de haber ido hasta allí.
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Diosa de piedra y camelia |
En el Jardín Botánico Atlántico de Gijón el
agua caía del cielo sí, pero también cubría lo verde, estaba en los pantanos de
los sistemas dunares, corría entre riachuelos y canales, jugaba al brotar de la
piedra formando pequeñas y violentas cascadas, empapaba el rostro pétreo de
diosas de la tierra cuyos ojos inmortales contemplan desde hace más de un siglo
cada ínfimo detalle que acontece en aquel lugar. Y se mezclaba con el ambiente,
con la arena, con la rama, con las hojas o con la flor, sin distinguirse de
donde provenía el agua, difuminándose, perdiendo nitidez, haciéndose solo uno,
igual que se mezclaba lo viejo y lo moderno, lo antiguo y lo nuevo.
Lo antiguo, el jardín romántico
del siglo XIX creado por el industrial Florencio
Valdés, mantiene las cicatrices que el agua deja sobre la tierra en la
suelo. Los puentes hacen posible el paseo; los plátanos de sombra, pero en
especial, las camelias, te acompañan mientras descubres el estanque, el
laberinto de tejos o el complejo hidráulico en el que, cubierta por liquen, se
aprecia La Noria. El Jardín de la Isla,
ese es su nombre… ¿casualidad? un espacio terrestre rodeado de agua, líquido
elemento siempre presente, eterno, magnético. ¿Y las camelias? Bellas,
espectaculares, algunas tan antiguas como el propio jardín, de más de 150 años,
hacen guardia a la entrada de la que fue casa del industrial gijonés.
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Puente en el Jardín de la Isla |
Lo nuevo, zonas
creadas o pensadas para la apertura del jardín como botánico en abril de 2003,
está formado por el Entorno Cantábrico
donde, por delante de hayas, abedules o alcornoques, destaca el laurel, La Factoría Vegetal, evocación de la
gran fábrica de la naturaleza que es la tierra, y el Itinerario Atlántico con su Carbayera del Tragamón un bosque de
cuento y de gran valor medioambiental.
Estos espacios se
suceden unos tras otros, como el agua que fluye por doquier, que está presente
en todo el jardín. Una sucesión de espacios, de figuras botánicas, que
alejándose de la forma geométrica de parterres, de la ordenación de especies
vegetales sobre el terreno, mantiene intacto los valores didácticos, así como,
de investigación y difusión asociados a este tipo de jardines.
Con mi cámara también
capte un video en el que confluye este nexo de agua, tierra y naturaleza
concentrados en este singular jardín, de lo que no estoy tan seguro es de si se
apreciará con la misma claridad que in
situ transmite la esencia del lugar, el genius
loci que decían los clásicos, el duende
del lugar del Jardín Botánico Atlántico de Gijón. Por este motivo estoy
abierto y quedaré enormemente agradecido a los comentarios, apuntes, sugerencias
y preguntas que queráis dejarme al final de este post.
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