Saludando al casi siempre
radiante sol sevillano, así las encontré.
A las rosas me refiero, esas que abundan en los parterres de la Plaza de América en el Parque de María
Luisa. Las flanquean dos museos, lógico porque ellas mismas son obras de arte,
de lo natural y de lo humano, figuras vivas modeladas por el jardinero que tuvo
la visión de ver más allá y de la naturaleza que les confirió esa forma, ese
color, ese aroma.
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Rosaleda Plaza de América con el Pabellón Mudéjar de fondo |
Un lugar concebido
hace ya más de un siglo. El espacio que une con obras de arte el lado donde se
levanta el Museo de Artes y Costumbres Populares, más conocido como Pabellón Mudéjar, y lado donde se yergue el Museo Arqueológico. Allí se encuentran
las rosas, rodeadas por setos modelados con perfecta geometría de evónimo (Euonymus japonicus). No pasan desapercibidas como si ocurre con
otros lugares del parque; por la exuberancia, por los variados de colores, por
la primavera. No me encontré solo fotografiando. Era imposible resistirse a la
tentación de sacar el móvil y explayarse haciendo fotos.
El resultado puede
parecer que es tan solo otra postal bonita, de esas que abundan, de la rosaleda
con el Pabellón Mudéjar de fondo. Y quizás no se haga justicia a la historia de
un jardín que fue ideado a partes iguales por Jean C. Forestier y Aníbal
González, porque en este caso no se puede separar la genialidad de
paisajista y arquitecto, como sería impensable ver por separado la ajardinada
Plaza de América y de la arquitectura sublime que la rodea.
Para crear este
espacio, con motivo de la Exposición Iberoamericana
de 1929, y con la preocupación del Comité Organizador de urbanizar una
nueva Sevilla sin límites donde poder extender posteriormente la ciudad, Aníbal
González propuso un proyecto cuya característica principal era “su posibilidad
de crecimiento indefinido”. Se tomaron
los fértiles terrenos regados por el arroyo Tamarguillo
de la antigua Huerta de Mariana para
crear un espacio surcado por una calzada oval y que acabó por convertirse en la
Plaza de Honor de la Exposición.
A los museos también se
les unió en su momento el Pabellón Real
y las glorietas de Cervantes y Rodríguez
Marín. Las rosas fueron cosa de
Forestier, al igual que el mobiliario de azulejos con el que no se contuvo por todo
el parque. Es ese el carácter de este espacio verde, el que une varias
corrientes como los afluentes que van a parar a un rio, historicista y
regionalista, elementos islámicos, tradición andaluza…
Fruto de esta
tradición sureña, son las macetas de las que cuelgan las flores de gitanillas (Perlagonium zonale) que rodean el Estanque de los Lotos (Nymphaea x hibrida), pero hay que
reconocer que en este mes de abril nenúfares y gitanillas son pobre competencia
para las rosas. Tal vez no es su momento. Las rosas lo acaparan todo, miradas
por supuesto, también hermosura, vivacidad… hasta la luz del sol que reflejan
parece exclusiva de ellas. Incluso, con acierto, hay dispuestos en el paseo
central algunos árboles de rosas que no son tal, son arbustos a los que se les
ha dejado crecer el tronco y se les ha dado forma esférica a la “copa”.
Recuerdo aquella
ocasión en que sentado di un gran respingo en el sofá de casa cuando Sean Connery, metido en su papel de
jefe árabe llamado el Raisuni, se
adentraba en un palacio marroquí que no era otro que el ¡Pabellón Mudéjar! No
lo esperaba. Nunca había vista la película El
viento y el león, su rodaje es anterior a mi nacimiento, la vi una de esas
sobremesas tontas en que no sabes que hacer, pero la imagen de la entrada
apresurada de Connery “al palacio” y precedida por los jardines de la Plaza de
América era inconfundible. Sin duda un lugar de película, y nunca mejor dicho.
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Gitanilla (Pelargonium zonale) en el Estanque de los Lotos |
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