En las antiguas
almunias de la España árabe se era consciente de la necesidad de incorporar
nutrientes al suelo por el desgate y empobrecimiento que se producía en los
suelos debido a la actividad de cultivos y jardines. Esta idea no era propia,
se conocía que en los jardines y cultivos mesopotámicos de la antigua Persia
era común abonar el suelo con compuestos sulfatados para devolver al suelo la
riqueza perdida. Sí fue una idea hispanoárabe el incorporar estos abonos al
agua de riego iniciándose la primara y primitiva fertirrigación.
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Bosque |
Sin embargo la propia
naturaleza lleva milenios aprovechando la asociación entre hongos y árboles en
forma de micorrizas para favorecer
el aporte de abono al suelo mucho antes de que el hombre se preocupara por esta
cuestión. Las micorrizas suponen una relación beneficiosa entre árboles y
algunos hongos de tal manera que los primeros son capaces de mejorar la
absorción de agua y nutrientes a través de las raíces y los segundos pueden
obtener sustancias que necesitan para vivir pero que por sí solos no pueden
sintetizar. En ambos casos los dos organismos salen ganando.
Si esta función de los
hongos micorrícicos en vez de a un
único árbol la trasladamos a un bosque entero y si, además, este bosque
pertenece a un entorno próximo urbano, estamos consiguiendo una masa forestal
cuyos arboles crecen con un mayor vigor favoreciendo su resistencia a las
enfermedades y a la sequía. ¿Qué ocurre con la ciudad próxima al bosque? Que
también se beneficia de poseer un bosque sano creando entornos urbanos más
verdes y sostenibles. Sería algo así como trasladar el beneficio de ambos
organismos, hogos y plantas, y llevarlo a una dimensión mayor donde los que se
benefician ahora son los bosques y las ciudades.
En este sentido se
están realizando investigaciones encaminadas a favorecer la micorrización de los arboles en entornos forestales de
las ciudades inoculando directamente el hongo a los árboles. De estos hongos
algunos incluso producen setas apreciadas para consumo como por ejemplo Boletus y Tuber melanospermum (la conocida trufa). Otros hongos micorrícicos
en cambio no producen setas comestibles pero siguen realizando esta función
beneficiosa para los árboles generando un abono biológico natural. Dentro de
estos últimos hongos están Pisolithus
o Glomus.
No solo los árboles
presentan hongos micorrícicos, pues se estima que el 90% de las plantas
terrestres presentan estos hongos que contribuyen mutuamente a realizar idéntica
simbiosis. Muchas semillas ya presentan de manera natural esporas de los hongos
o trozos de hifas (filamentos que componen la estructura del hongo),
incorporadas al ser propagadas y enterradas. También se puede inducir la inoculación de las esporas del hongo
de forma artificial sobre la testa (capa más externa) de la semilla de la
planta, además seleccionando aquellas especies de hongo más adecuado para cada
planta concreta y así favorecer la colaboración.
En un mundo en que
cada vez se hace más necesario establecer medidas capaces proteger nuestros
árboles sin el uso de sustancias químicas, sobre todo en entornos urbanos donde
se aspira a crear ciudades naturalizadas, con corredores verdes que garanticen
un desarrollo sostenible, podemos favorecer el crecimiento de bosques cercanos
a las ciudades donde encontrarnos con árboles que crezcan con mayor vigor y
protegidos contra agentes patógenos. La solución a parte del problema la posee
la propia naturaleza y se trata de una colaboración entre arboles y hongos que
lleva miles de años funcionando.
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Boletus edulis |
Fuente imagenes: wikimedia
commons
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ResponderEliminarMe ha gustado mucho, gracias por enseñármelo.
EliminarUn saludo.