Me han acompañado 120
kms como “polizones” en el limpiaparabrisas. Cosas de dejar aparcado el coche
bajo una Araucaria heterophylla y cosas de que esta misma posea unas
acículas coriáceas acabadas en pequeñas puntas, ideales para permanecer pegadas
a multitud de materiales con fuerza. También tengo que reconocer las hojas de
la Araucaria despiertan en mi subconsciente una simpatía especial, provocada
por los recuerdos de otra que existió en
el patio de mi abuela, cuyas hojas marrones al caer se acumulaban sin permitir
ver la grama que crecía al inicio del tronco. Aquellas hojas caídas me servían
de improvisado juguete cuando era niño, así que no importó que las de mi coche
se quedaran allí, despertando una leve sonrisa cada vez que se mecían
suavemente con el viento.
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Corteza “Reptiliana” y hojas de una Araucaria |
La Araucaria heterophylla es una conífera
que se extiende originariamente en bosques de la Isla de Norfolk, la cual se
encuentra situada entre Australia y Nueva Zelanda. La descubrió el Capitán Cook
en su segundo viaje al Pacífico Sur y desde aquel momento constató la idoneidad
para construir los mástiles de los barcos de la Armada Británica, siendo este
el motivo que la llevó hasta Europa. A España llegó tras este descubrimiento
pasando por los Jardines Botánicos de
Aclimatación, el del la Orotava en Tenerife primero y el que hubo en
Sanlúcar de Barrameda después.
En la costa andaluza
atlántica debió encontrase más que bien para naturalizarse. Creció en los
jardines como ornamental gracias al simétrico desarrollo de sus anchas ramas,
un pentágono perfecto que gira alrededor del tronco y que la convirtió en “árbol
de Navidad”, a pesar de poseer esa corteza que se asemeja poderosamente a la piel
de un reptil. Aún es fácilmente reconocible en esta misma Sanlúcar y en otras
localidades cercanas, rompiendo la panorámica del cielo azul con su
característica estructura piramidal, fundiéndose con la mar océana del Atlántico.
Tal fue su éxito que
en la actualidad no existe urbanización con casas sin jardín, ni jardín sin una
Araucaria en toda esta zona. Las hay de todos los tamaños, desde las jóvenes recién
plantadas hasta las que ya poseen una envergadura, creciendo lentamente, pues
esa es su naturaleza, desarrollándose despacio, pero forjando con el paso de
los años esa simpatía que abarca desde la infancia hasta la madurez como me
ocurrió a mí.
Esta incorporación al
jardín tan lenta pero tan bien arraigada me hace cuestionarme el debate de las
plantas exóticas e invasoras. Es cierto que hay algunas que están poniendo en
peligro ecosistemas enteros por su agresividad para ocupar el espacio propiedad
las especies vegetales autóctonas. Lo que no estoy tan seguro es si debiéramos incluir
todas las especies exóticas en el mismo grupo de invasoras y crear solo jardines
con plantas de la zona, en nuestro caso, mediterráneas. No todas las plantas
que provienen de otros lugares del mundo poseen esa agresividad como ocurre con
el Ailanthus o el Eucaliptus, por dar dos ejemplos de árboles.
Además, estas especies de plantas son capaces de vivir con los nutrientes y el
agua que reciben en la zona, así que podrían incorporarse perfectamente a “los jardines de bajo consumo”. Ese no
sería un problema. Quizás solo sea cuestión de integrar en zonas verdes ciertas
especies exóticas en proporción determinada. Pero es que incluso la figura
concreta de la Araucaria se encuentra ligada de tal manera al paisaje, a los
jardines y al subconsciente colectivo, que llega un momento que se convierte en
algo propio del lugar, tan de aquí como puede ser la manzanilla de Sanlúcar o
las gambas de Huelva. Y cuando existe un árbol vivo como la Araucaria, la cual
identificamos como propia, a la que cariñosamente llamamos el otro “Pino”
cuando habita rodeado de Pinus pinea,
es complicado desincrustarlo de ese subconsciente colectivo, erradicarlo de
esos jardines y eliminarlo de esos paisajes marítimos. Es más, resulta difícil quitar
sus hojas del limpiaparabrisas del coche y simplemente arrojarlas al suelo.
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