La relatividad en la definición
de conceptos hace que lo que un momento de la historia nos parecía moderno en
la actualidad nos parezca obsoleto, a pesar de que lo antiguo, más simple,
posea mayores prestaciones que lo moderno. Esta singularidad hace complicado denominar
a un jardín vertical de esta forma cuando se encuentra carente de la tecnología
actual que caracteriza a esta nueva forma
de entender la jardinería. Dejémoslo en muro vegetal o pared ajardinada aunque
al resultado final consista en una superficie vertical sobre la que se
desarrollan plantas.
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Pared ajardinada en el Jardín Americano de Sevilla |
La realidad es que las
especies vegetales siempre crecen bajo el ritmo que les impone su yema apical,
es decir, hacia arriba, como también es cierto que las raíces se desarrollan en
horizontal y hacia abajo, así pues, ya sea en unas bolsas de fibra natural
biodegradables o en jardineras de hormigón, la naturaleza no deja de imponer sus leyes y el efecto que se
consigue es igual en ambos casos, lo llamemos jardín vertical o muro
ajardinado, una pared donde las plantas crecen en abundante follaje.
Tal vez la verdadera “revolución” se encuentra en los cultivos hidropónicos, los cuales sin
apenas sustratos y haciendo que las plantas reciban los nutrientes directamente
desde el agua del riego, marcaron las líneas de un tipo de edificación donde
sobre la superficie de la pared exterior había (o hay) un jardín. Este tipo de
urbanismo de edificios verdes para hacer ciudades sostenibles, respetuosas con
el medio ambiente, se gestó a principios de los años ochenta, cuando ni
siquiera existía el concepto de “sostenibilidad”,
con una arquitectura impropia para la época y que ha quedado retratada para la
posteridad en edificios como del Edificio Planeta (antiguamente Edificio Banca
Catalana) construido en Barcelona en 1978. La jardinería en cultivos
hidropónicos sentó precedente, convirtiendo aquel edificio con casi 4
kilómetros de jardineras ocupadas por una selección de plantas envolventes que
realzaban su aspecto natural, en el camino trazado que seguirían otras
construcciones que también quisieron acercarse a ese entorno urbano sostenible.
Durante la Expo’92 de
Sevilla, cuando se creó el Jardín
Americano, surgió la necesidad de salvar el desnivel entre la parte
inferior donde se encuentra el umbráculo de dicha zona verde y la parte
superior delimitada por el Camino de los
Descubrimientos. La solución propuesta fue crear una pared ajardinada que siguió
estos mismos principios de riego localizado que porta los nutrientes necesarios
para las especies vegetales que aún la habitan, Russelia equisetiformis, Pyrostegia
venusta, Uncaria tomentosa, Lantana cámara y Solandra maxima,
aunque en la actualidad algunas de estas especies se han impuesto sobre las otras
que prácticamente han desaparecido.
La estética algo
simple de jardineras de hormigón dispuestas una sobre la otra formando una trama reticular y
ordenada de forma meticulosa, que se repite hasta la rutina visual queda rota
por la propia vegetación que aparece desordenada, creando un pequeño caos, una
distorsión entre tanto orden. Esta misma trama vegetal se repite en los pasos
subterráneos para vehículos en la Avenida Américo Vespucio, a los que se les
puede añadir como especie que lo integra el jazmín azul (Plumbago capensis). Desconozco si este último se encontraba aquí
desde el inicio o su participación ha sido una “invitación” posterior.
Los beneficios de los
jardines verticales son muchos: captación del CO2 y otras partículas
nocivas
atmosféricas, regulación térmica, reducción del efecto isla de calor, pantalla acústica,…, haciendo
posible crear ciudades más integradas con el medio natural. Pero estos
beneficios no son exclusivos de los jardines verticales, cualquier otra forma
de vida vegetal que exista en las ciudades, desde el arbolado en una calle
hasta la trepadora que crece por un muro, contribuye con los mismos beneficios
a crear entornos urbanos sostenibles, salvo con una diferencia desde mi punto
de vista, los jardines verticales no son tan económicos. Lo cierto es que las paredes ajardinadas en su
construcción tampoco parecen muy económicas, además son complejas, debiendo tener
presente las filtraciones de agua, realizar impermeabilizaciones, proporcionar
una forma de evacuación de esta misma agua para que no se acumule, hacer correctas
proporciones de sustratos, sistemas de riego con fertirrigación incorporada y
mallas para que las plantas no sean arrastradas por el viento. Pero su
mantenimiento y coste una vez instalado es viable, las plantas crecen de forma
mucho más natural, como en el caso del muro vegetal del Jardín Americano que se
encuentran prácticamente “salvajadas”
(ironizando sobre el abandono de este jardín singular), y sin embargo estamos
dando por obsoletas unas paredes ajardinadas, vendiendo el concepto jardín vertical como el futuro de la
ciudad sostenible, y quizás sea demasiado pronto para descartar sistemas que llevan
funcionando y beneficiándonos durante décadas.
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