Los cambios medioambientales
que están transformando el mundo en el que vivimos y que nos han conduciendo a una
temperatura en alza durante décadas, a la par han provocado que nos encontramos
jardines que se diseñaron hace treinta o cuarenta años que no se desarrollan
exactamente en las mismas condiciones climatológicas de la época en que fueron
creados. También, ante esta situación actual, muchas de las políticas para
preservar bienes naturales, cada vez más escasos, impiden que estos mismos
jardines no dispongan de los medios para cubrir las necesidades de agua que tenían
en su origen. No hablo solo de jardines particulares, hablo de jardines de
barrio, urbanizaciones que se crearon con algunas zonas verdes que pueden
continuar siendo igual de válidos en la actualidad como cuando fueron creados.
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Rosal en un jardín de barrio |
En alguna ocasión me
han preguntado si era posible transformar un jardín algo antiguo y creado bajo otras
premisas en un xerojardín. La respuesta es sí, además, respetando la esencia
para la que fue creado. Claro que esta afirmación tiene sus límites. En un jardín
histórico no sería posible porque sería destruir prácticamente su valor
ornamental y cultural, pero un jardín que fue construido para crear un ambiente
natural en una comunidad de vecinos, un espacio verde cuya razón de ser es proporcionar
algo de frescor, sombra, cercanía con la naturaleza con quienes lo disfrutan,
es posible realizar los cambios apropiados para integrarlo dentro del
ecosistema en el que le ha tocado vivir en la actualidad.
Para realizar esta
transformación hay que recurrir a un tema muy actual: el reciclaje. Cambiar un
jardín y transformarlo en un xerojardín es tan sencillo como hacer un acto de
reciclaje, una serie de actuaciones encaminadas al aprovechamiento máximo de los
recursos hídricos disponibles para el mantenimiento del mismo.
La primera de estas
actuaciones que realizaremos será redactar un inventario de la zona verde que vamos a transformar. No necesariamente
todos los elementos de este jardín tienen que ser descartables, muchos pueden
ser válidos, así que lo que trataremos de conseguir con un inventario es
determinar qué aspectos del jardín son aprovechables y cuales son susceptibles
de ser cambiadas o eliminadas. En el inventario de un jardín incluimos datos
como ubicación, zona climática, plano actual, listado de especies botánicas
existentes, estado mobiliario, accesos, zonificación, usos, sistema de riego y estado
de conservación.
Una vez que poseemos
un inventario que nos sirve como base para empezar a trabajar en la
transformación del jardín en un xerojardín, analizamos estos datos. Para
empezar podemos comparar si la ubicación y zona climática se corresponden con el
hábitat natural de las especies botánicas que nos hemos encontrado en la zona
verde. En el caso de que haya plantas naturalizadas o autóctonas las podemos
mantener en el jardín, pero si encontramos otras plantas pertenecientes a zonas
climáticas de mayor pluviometría y con la consecuente mayor necesidad de agua,
podemos cambiarlas por plantas más apropiadas para un xerojardín. Recordemos
que estas plantas no tienen que ser únicamente cactáceas o suculentas (aunque
su inclusión en el xerojardín puede ser factible y no está reñido con el valor
ornamental), lo ideal son plantas de origen igual a la zona climática donde se
ubica el jardín, en el caso de España y generalizando, clima mediterráneo con
todas sus variantes climáticas.
Puede ocurrir que
entre las especies poco apropiadas para un xerojardín nos encontremos con una
planta ejemplar que queramos mantener. Ante esta situación, podemos optar por
considerar la zonificación en función de esta planta e iniciar desde aquí la
distribución de las hidrozonas
considerando esta parte del xerojardín como una zona de máxima necesidad de
agua.
A otra conclusión a la
que podemos llegar con el análisis del inventario que hemos realizado, es que
la superficie de pradera es muy elevada siendo la zona de mayor consumo de agua
del jardín. Una solución para reducir esta superficie excesiva de césped puede
ser sustituirla por una grava decorativa o corteza de pino. Con esta
alternativa conseguimos reducir el gasto de agua y, con la malla antihierbas
sobre la que disponemos el “mulch”, conseguimos
controlar las hierbas espontáneas. Pero también podemos usar estas mismas
hierbas espontáneas para crear una pradera sostenible, de escaso mantenimiento,
consumo y resistente a las pisadas. Tan solo hay que dejarlas crecer y segarlas
para que tengan una altura propicia.
El sistema de riego también
es susceptible de cambio. Aún existen muchos jardines que se riegan con boca de riego y manguera, algo que se
traduce en un consumo de agua sin control y pérdidas por evapotranspiración. Nunca
es tarde para incluir un sistema hidráulico de riego con un programador para
regar en tiempo y cantidad necesaria. Hay ocasiones en que el ajuste del riego
consiste en cambiar aspersores y difusores por otros con un grado de giro
suficiente que no inunde caminos y paseos innecesariamente.
El resto del reciclaje
ya depende de los usuarios y de los conservadores. Los primeros que no produzcan
actos vandálicos que mermen el vigor de las plantas que favorezcan el daño
producido por plagas y enfermedades, los segundos que se encuentren preparados
para realizar las labores culturales de manteamiento apropiadas y no encontrar,
por ejemplo, podas de desmoche sistemáticas.
Actuaciones de reciclaje y transformación en xerojardín de unos jardines de barrio
con una cierta edad para que podemos seguir disfrutándolos muchos años más.
Pradera de hierbas
espontáneas
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buena reflexion, todo es posible con un poco de ingenio y por supuesto con un buen "paisajista"
ResponderEliminarComo te comentaba el otro dia, ya habia pasado por aqui, pero hoy me atrevo a dejar constancia de mi visita. Buen trabajo con tu blog y muchos exitos.
Muchas gracias Mario. Un abrazo.
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