Hasta la fecha han
sido los peores meses que he sufrido para terminar un año. Los que me conocen
bien y los que me siguen en Facebook saben a qué me refiero. Sí, ha habido altibajos
y, claro, también hubo momentos para la alegría o para reír. Prefiriendo
quedarme con esto último, lo cierto es que Jardines
Que Me Gustan ha sido una ilusión, no solo durante este año, sino durante
los últimos cuatro. Una ventana nacida de mi imaginación desde la que entraba
aire fresco cada vez que me apetecía asomarme en la Unidad de Día mientras los enfermeros inyectaban la quimioterapia a
rostros de miradas perdidas ante un futuro incierto o, finalmente esperando lo
inevitable, mientras recorría una y otra vez los cuatro metros en aquella
habitación de hospital.
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Paisaje alpino del Real Jardín Botánico de Edimburgo en Escocia |
Esta situación no es
nueva para mí. Desde niño he tenido esta habilidad sin igual para refugiarme en
mi inmenso mundo interior cada vez que a mí alrededor se desataba una u otra
tormenta. Y desde esa ventana he contemplado los jardines más diversos del
mundo. He vuelto a ver el Jardín
Botánico de Edimburgo que conocí hace ya la friolera de diez años. He paseado
por todas las zonas que lo constituyen. Los espectaculares rododendros y
azaleas se encontraban en flor, la sombra de Sauce Llorón era aún más grande, y
subí por las escaleras de piedra del espacio destinado a las plantas alpinas,
las cuales formaban esa enorme postal paisajística.
Más al sur, he
contemplado mil y una veces al pequeño Jardín
de la Caridad, con el que comencé mi andadura en este blog. Sus estatuas de
Miguel de Mañara y Mozart que perduran impertérritas en su
lugar, rodeadas de senderos de albero, parterres de césped y plantas que
mantienen con dignidad el porte tras los años que pasaron abandonadas junto el Gran Teatro de la Maestranza. O los
esplendidos Jardines de Moratalla,
con el suelo cubierto por las hojas doradas de los Plátanos de Sombra en otoño
o el azul de los agapantos en flor en verano. Azul de los Jardines Majorelle en Marruecos. Cactáceas y palmáceas donde el
verde es roto por el color de edificaciones y mobiliario, del azul que lleva el
nombre del jardín. Mi anhelado Real
Jardín Botánico de Madrid, siempre en el recuerdo la última primavera
lluviosa en el que me adentré por sus colecciones de plantas, Iris, Azaleas, Tulipanes,
Arenarias, Verónicas… y muchas otras, junto a compañía tristemente desaparecida. Las
plazas duras han dejado de serlo para realizar la metamorfosis hacía espacios
naturales amigables con el medio urbano como en el caso del MFO Park de Zúrich. Volví. Volví a los Alcázares de Sevilla y Córdoba, a la Glorieta de Gustavo Adolfo Bécquer,
donde el poeta, bajo un enorme Ciprés Calvo, aún nos da lecciones sobre lo
voluble del amor. También volví al Jardín
Botánico de la Orotava, a los Patios
de Córdoba, al Botánico Rojo de Melbourne,
al Jardín Venenoso de Alnswick, a
los Jardines Efímeros de Allariz, al
Jardín Botánico Atlántico de Gijón,
a los Jardines de Vaux le Vicomte, a
los Jardines de la Alcazaba de Almería,
al Campo de San Francisco en Oviedo,
al Campo Grande de Valladolid,…. Y
volví a otros que no se catalogan dentro de lo que consideramos un espacio
verde, simplemente, porque tenemos un concepto de “jardín bonito” muy reducido.
Desde el alcorque donde crece la juncia, pasando por la rotonda abandonada
donde los rosales floribunda malviven sin un sistema de riego, pequeños
parterres ajardinados por incitativa vecinal, jardines de los años treinta del
siglo pasado cuyo trazo a quedado desdibujado por la aparición de hierbas
espontáneas, hasta el lentiscar que
sube desde la playa, todo lleno de desperdicios humanos degradados por el paso
del tiempo, y que va dejando atrás la fina línea celeste que separa al mar del
cielo.
Pero ha llegado el
momento de desatarme de la tiranía de mi imaginación. Hay que salir. Dejar atrás
la ventana y atravesar la puerta de la realidad, sentir de nuevo las manos
llenas de tierra después una cava, los arañazos de la lantana y la buganvilla al
podar, el olor de césped recién segado, observar a las plantas, aprender de ellas,
sus carencias, sus necesidades, sentir los músculos relajados después de un día
de trabajo,… ha llegado la hora de volver a los jardines que me gustan.
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Felices fiestas y que el proximo año venga cargado de todo lo que anhelas
ResponderEliminarMuchas gracias Mario. Yo también quiero desearte lo mejor a tí y tu familia en este año que da comienzo.
EliminarQue el 2016 se convierta entonces en el inicio de lo mejor que aún queda por llegarte, José Luis. Un abrazo grande!
ResponderEliminarMuchas gracias Ángel. A ver si paso por Badajoz y nos saludamos :) Un muy buen año para tí también. Un abrazo.
EliminarSí, avísame y nos vemos. Ya tenía yo en mente avisarte cuando bajara a Sevilla. Feliz año, un abrazo!
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