Hacía mucho tiempo que
no conseguía sentirme bien, feliz, con los pequeños detalles que me depara la
simple complejidad de la naturaleza. Motivos personales han hecho que últimamente
encuentre la vida insípida. A ratos, mi hijo es lo único que consigue
estabilizar la zozobra que agita mi alma. Pero el otro día, cuando fui a hacer
las fotos de las Yucas de mi anterior post, sin proponérmelo, me encontré a mi
mismo disfrutando del agradable sol de la tarde, del viento contra mi cara a la
velocidad que marcaba el pedaleo en bici y me ensimismé con cada brote con el
que las plantas saludaban a la primavera. Sonreí porque sí. Hasta me permití el
tópico de alégrame de vivir en una ciudad única como es Sevilla, que nos brinda
momentos tan sencillos como mágicos salidos de la nada, de las más rutinarias
actividades que tenemos que hacer a lo largo del día.
Árbol del Amor (Cercis siliquastrum) |