Ahora que estoy
pasando unos días de prolongado asueto en el pueblo que llevo veraneando desde
que nací, al cual me siento muy unido, tanto, que hasta estoy ligado al mismo
por lazos familiares pues mi cuñado es de aquí, me he fijado lo mucho que ha
cambiado el trazado urbano desde que era un niño. En realidad, no puedo decir
que pasase desapercibido, pero la fuerza de la costumbre muchas veces hace que
obvies lo que ocurre a tu alrededor hasta que desaparece del enfoque más
curioso. Fue en este pueblo que linda con el Océano Atlántico donde aprendí a
montar en bicicleta, en una época en la que para atravesar un cruce tenias que
hacerlo de oído. Aquel riesgo acabó en gran parte cuando con el paso de los
años fueron apareciendo como setas en otoño un amplio número de rotondas.
Rotonda faunística en la que un romero da de beber a un burro |