La aparición de las
viñetas de Superman en los años 30
del siglo pasado, supuso el paso del héroe al superhéroe, del tipo que
afrontaba las vicisitudes solo con valor al que lo hacía también añadiendo una
buena dosis de poderes extraordinarios. Entre los que se le atribuyen a Superman están los de volar, súper-velocidad,
fuerza, rayos-x e indestructibilidad, de ahí el apodo de Hombre de Acero. En el mundo vegetal también existe un árbol que
podría atribuírsele una resistencia descomunal, a prueba incluso de bombas
atómicas, y si bien no procede de otro planeta como en el caso de Superman, si es cierto que se trata del
último vestigio de una época remota.
Ginkgo
biloba en el Arboreto del Carambolo
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El árbol de los cuarenta escudos (Ginkgo
biloba), se le considera fósil viviente porque ha persistido desde el
Jurásico hasta nuestros días gracias, en parte, por ser un árbol de procedencia
sagrada en China y Japón tras ser cultivado durante siglos en parques y
jardines y, en parte, por tener algún tipo de resistencia descomunal a las más increíbles
pruebas a los que ha sido sometido.
La más extraordinaria es la del ejemplar
que se encuentra en el Templo Housenbou,
en Hiroshima (Japón), que fue capaz de sobrevivir a la explosión de la bomba
atómica lanzada por Estados Unidos el 6 de agosto de 1945 contra su enemigo
japonés y que dio lugar al fin de la II Guerra Mundial. La explosión obtuvo
como resultado que decenas de miles de personas muriesen (trágicamente) y que
en un radio de diez kilómetros todo quedase completamente arrasado, edificios,
casas, templos,…. Pero el Ginkgo encontró una forma de sobrevivir a este gran
desastre porque, unido a una corteza gruesa y abarrotada de agua, es una
especie vegetal que posee una enorme capacidad de rebrote, así que en el
momento de la explosión el árbol debía de contener una gran cantidad de yemas
latentes lo que favoreció la rebrotación.
Es curioso la
capacidad y las distintas vías de escape
a los desastres que tiene la naturaleza para sobrevivir. Otro ejemplo,
mucho más cercano y de triste actualidad, es la facultad que tienen muchas
plantas de resistir a los incendios forestales. Algunas hierbas y arbustos, se dejan
quemar la parte aérea mientras que bajo la superficie del suelo las raíces poseen
órganos de brotación listos para emerger cuando las condiciones vuelven a ser
favorables. En cambio, los alcornoques (Quercus
suber), el corcho que les da fama y los hace productivos es también una
protección aislante contra el fuego. A estas plantas capaces de resistir un
incendio se les llama pirófilas.
Lo ideal es no tener
que hacer que las plantas tengan que poner a prueba su capacidad de soportar un
desastre, sobre todo cuando el causante es el ser humano. Al igual que demostró
en su día el superviviente Ginkgo biloba,
pues a pesar de no haber podido conservar su presencia en la naturaleza aún es
posible de ser contemplado en parques y jardines públicos. No con la frecuencia
que sería deseable, junto a sus vecinos vegetales coetáneos más próximos, las coníferas,
pero al menos erguido, mostrando sus características y que le dan valor
ornamental como una coloración amarilla otoñal realmente destacable.
Aquí en
Sevilla, los ejemplares también se cuentan muy escasos pero alguno es posible de
encontrar. La mayoría de los actuales se plantaron para la Expo de 1992, así
que su suerte ha ido emparentada con toda la infraestructura de aquel año como
ocurrió con el Jardín Americano, es decir, dejadez vegetal generalizada. Y
aunque podamos catalogar al Ginkgo como el Árbol
de Acero, deberíamos ser un poco más conscientes del enorme patrimonio vegetal
que atesoramos para no dejarlo escapar y que su supervivencia no sea solo cosa
de superpoderes.
Ginkgo
biloba en el Arboreto del Carambolo
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