El agua puede ser muchas cosas en un espacio verde: es refugio de las
altas temperaturas, es juego saliendo
desde un surtidor, es dinamismo al recorrer canales y descender por pendientes,
es reflejo de la naturaleza, el sol, la luna y las estrellas y es vida al ser
imprescindible para el desarrollo de las plantas. Sin embargo, a mí siempre me
gusta destacar del agua su capacidad de ser magnética.
Una lámina de agua es el espejo
donde se refleja la naturaleza. Estanques, albercas, lagos o mares, han servido
para mostrarnos árboles, arbustos, hierbas y flores desde la óptica que nos
proporciona el agua calma, rota de vez en cuando tal vez, por el suave
movimiento de las ondas transmitidas por el agua. Diminutas olas que nos dan
una visión distinta del jardín. No solo se refleja la vegetación en el agua del
jardín. Desde hace siglos, las láminas de agua han servido de espejo para el
cielo, las nubes, el sol y la luna. En especial, ha llegado a tener importancia
para reflejar las estrellas y las constelaciones que éstas forman.
Pero no podemos pretender mantener el agua de jardín siempre estática.
El agua es dinámica, es movimiento en
canales, fuentes, ríos o cascadas. Es el más claro símbolo de que el jardín en
su conjunto es un “organismo” único
que crece, se desarrolla, evoluciona y se transforma. El agua cambia y provoca
cambio en el jardín. Un movimiento que ha servido para dar juego, desde los niños que salpican con el agua hasta acrobacias
imposibles de chorros que salen de un surtidor para acabar en el inmediato
posterior. El jardín que explotó al máximo la idea de que el agua era juego en
el jardín fue Versalles en Francia. Mandado construir por Luis XIV, posee
numerosos juegos de agua para asombro de los visitantes. El propio monarca se
encargó de escribir de su puño y letra un recorrido guía para descubrir los emplazamientos
idóneos donde sorprenderse gracias al agua. Los juegos de agua no se han
quedado en el siglo XVII, pues en la actualidad se pueden disfrutar de muchas
versiones modernas de los mismos.
Que el agua proporciona refugio
de las altas temperaturas los sabían bien los árabes y sus jardines hispanomusulmanes.
El frescor en verano era fundamental, por eso en los huertos de placer de origen árabe no faltaban acequias, albercas, fuentes,
canales e, incluso, riego por goteo. Esta sensación de frescor unida a los
aromas de las flores, a la posibilidad de comer un fruto y de acariciar las texturas
de la vegetación, constituían el jardín de los sentidos. Un paraíso terrenal donde
el agua era, y es, elemento magnético
que los une.
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Lámina de agua |
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Como siempre me encanta como lo cuentas y la información que aportas. El vídeo y su música me ha encantado. Unsaludo.
ResponderEliminarMe alegro que te guste.
EliminarUn saludo Raúl.