Muchas veces lo que no
podemos ver, lo obviamos. Con las plantas nos ocurre igual y solo prestamos atención
a lo exterior, a la parte aérea formada por troncos, ramas y hojas y no somos
muy conscientes de la importancia de lo que no podemos ver. Aquello que queda
bajo los pies no deja de ser un ecosistema muy vivo del que depende hasta
nuestra propia subsistencia.
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Raíces arbóreas |
El sistema radicular de
las plantas se desarrolla en un sustrato
que no es compacto, es más bien un recipiente que ocupa un volumen y
alberga tierra, agua y aire. Esto se debe a que existen una serie de procesos físicos
y químicos con los que los granos de arena de diferente tamaño se asocian
dejando huecos, cavidades, túneles y, el más pequeño de todos estos espacios,
poros.
Bajo tierra existe un
mundo particular en el que no solo viven las raíces, pues otros seres han hecho
del suelo su hogar. Podemos encontrar lombrices, insectos, bacterias e,
incluso, animales zapadores. Todos contribuyen a hacer posible la vida bajo
tierra y que las raíces de las plantas realicen todas sus funciones vitales
para garantizar otros procesos biológicos que después vemos nosotros reflejados
en la superficie (polinización, captación de CO2, fotosíntesis,…).
El
sistema radicular de las plantas es el encargado de
absorber el agua y los nutrientes que necesitan para vivir. Además, las propias
raíces necesitan respirar y toman el aire directamente de los poros que hay en
el sustrato. Agua, nutrientes y aire se encuentran almacenados en los poros y
son absorbidos por las raíces más jóvenes y finas al interior de la planta.
Debido al diminuto tamaño de los poros, se producen una serie fuerzas de
atracción física que son capaces de retener todas las sustancias necesarias
para la vida bajo tierra.
La importancia de las
raíces de las plantas es también una cuestión de tamaño. La forma del sistema
radicular se asemeja a lo que podemos observar en la parte aérea de árboles,
arbustos y hierbas pero invertida. La diferencia se encuentra en que las raíces
son de una proporción tres veces superior a la parte aérea debido a la
necesidad de absorber una amplia cantidad de las sustancias que se encuentran
en el sustrato. El crecimiento de las raíces es la razón que hace necesario
cambiar de contenedor cada dos o tres años en plantas cultivadas en macetas.
Es por esto que una de las
actividades de más valor que existe en jardinería es la descompactación del suelo. Debido principalmente al impacto de las gotas
de agua de la lluvia o el riego y a las
pisadas, el sustrato con el paso de los meses se va apelmazando. Cuando se
llega a este punto, los poros se cierran y no permiten el almacenamiento de
agua y aire. En la superficie, se forma una costra que impide la filtración del
agua, lo cual hace que al regar el agua resbale y acabe filtrándose más allá de
los límites de la zona apelmazada quedando fuera del alcance de las raíces.
Para asegurar una buena actividad
biológica de nuestro suelo, es necesario dejarlo con un aspecto mullido mediante
el uso de una azada o, si la planta se encuentra en una maceta, con un
rastrillo o pala pequeña. De esta forma, garantizamos una buena salud de las plantas
en nuestro espacio verde que nos agradecerán.
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El suelo en el jardín |
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Descompactando el suelo |
Fuente imágenes: pixabay
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