… podríamos empezar
este post. Tal vez fuese en pleno siglo XVIII y en la mítica capital francesa, cuando
surge el concepto de arbolado urbano
moderno. La moda de llenar bulevares,
calles, plazas y alamedas de arboles se extendió rápidamente a otras ciudades,
grandes y pequeñas, del planeta. De esta forma los arboles de viario se han
convertido en parte estructural del desarrollo urbano. Esculturas vivas que tan
solo por su forma y tamaño influyen en provocar un sinfín de emociones
colectivas asociadas a lo natural, al bosque.
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Boulevard
Montmartre de Camille Pissarro
Fuente imagen wikimedia commons
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Fue en Grecia donde
surgen los primeros paseos y alamedas sombreadas por arboles como Olmos y Álamos.
Platón, en la Academia de Atenas, ya
ensañaba filosofía paseando bajo las copas de este bosquecillo conformado por
arboles de cualidades esculturales en troncos y ramas.
Esta inquietud por
llenar las ciudades de arboles se manifiesta por medio de un conjunto de
sentimientos que nacen de una emoción en el ser humano por reencontrarse con lo
natural. El sentimiento llegó hasta nuestro bulevar de París. El fenómeno
creció y alcanzó su máxima expresión a finales del siglo XIX y principios del
siglo XX, donde el trazado geométrico de las ciudades desarrollaban, a la par
que se ampliaban en nuevos barrios, alineaciones de arboles que lejos de
recrear el bosque, lo evocan. Así quedó retratado en pinturas como, por ejemplo,
el Boulevard Montmartre de Camille
Pissarro. Pinturas donde se ve como el concepto de arbolado urbano, los
arboles, habían cavado sus raíces profundas hasta convertirse en un todo con el
resto del entorno de la ciudad.
Es curioso que en una
época en que es tan conocido el concepto de naturación urbana, por fenómenos tecnológicos recientes como los
jardines verticales; para mí, la verdadera naturación urbana, la creación de corredores
verdes que propicien la aparición de ecosistemas más naturales que mejoren la
calidad de vida en las ciudades, la constituyen los arboles de alineación que
crecen en nuestras ciudades.
Y es que tanto en la
Grecia clásica, en el París del Siglo XVIII y en nuestras ciudades hoy en día
los beneficios del plantar árboles en calles van más allá del reencuentro del
ser humano con la naturaleza. Más allá del efecto psicológico subjetivo que
produce ver embellecida una ciudad con una hermosa arboleda.
Los beneficios medioambientales del árbol urbano
son muchos: fijación del CO2 atmosférico reduciendo el nivel
polución en el aire, absorción de las radiaciones solares para realizar la fotosíntesis
disminuyendo la temperatura ambiental, una mejor humedad ambiental, reducción del
polvo en el aire…etc. Beneficios ambientales y también estético- prácticos,
porque una alineación de arboles contribuye a realizar una pantalla visual y
sonora de aquellos elementos discordantes en la ciudad o por el contrario,
pueden servir para resaltar elementos arquitectónicos interesantes mediante el
contraste que forma con su tronco, ramas y copa.
Pero para que estos
beneficios se produzcan, es necesario que la especie arbórea que se va a
plantar esté bien elegida siguiendo unos criterios
técnicos y, por supuesto, en función del papel que va a representar como
arbolado urbano y su ubicación. Por eso, estas especies de árboles deberán ser
elegidas con formas y tamaños adecuados al espacio donde van a crecer, deben
poseer un desarrollo rápido y vigoroso, ser resistentes a la sequía, el viento plagas
y enfermedades; arboles que tengan tolerancia a la contaminación de la ciudad, que
puedan crecer y desarrollarse en condiciones adversas del suelo,…etc.
Otro aspecto que me
parece fundamental a la hora de elegir una especie para la alineación de una
calle es su variación estacional. Una elección basada en especies que posean una
estructura ornamental atractiva en invierno, con una floración hermosa en
primavera, una abundante frondosidad en verano y hojas con una interesante gama
de color en otoño.
En mi caso personal,
guardo una relación emocional muy especial con el árbol del paraíso o cinamomo (Melia
azedarach), pues es el árbol que crecía en la puerta de mi casa y con el
que he convivido desde niño. Así, desde un bulevar en París pasamos a una calle
de Sevilla. Gracias a este árbol, se apreciaba especialmente bien el
transcurrir de las estaciones. La Melia tenía la virtud de proteger la fachada
de la casa con su frondosa copa cuando el sol apretaba en verano y de engalanar
la calle con el porte delgado y elegante de su tronco durante el invierno.
Además, durante esta estación, de sus ramas colgaban dorados frutos en racimo
que ampliaban aun más su valor ornamental.
Fruto de
Melia azedarach en invierno
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El caso es que cuando
estuve trabajando en Córdoba, el Servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento,
no quería que se plantase esta especie arbórea. El motivo esgrimido para no
realizar la plantación es que la Melia posee tres “cosechas”; esto quiere decir, que es un árbol que requiere un
elevado coste en su mantenimiento, pues hay que recoger de la calzada las hojas
cuando caen, las flores cuando se marchitan y los frutos cuando maduran. Una pena.
Por ahorrar dinero en barrer, se pierde una autentica gama de formas, volúmenes
y colores para crear ese corredor verde de naturación urbana, que además de ser
práctico, creo que debe poseer un elevado valor ornamental.
El Almez, la Tipuana,
las Acacias y Pseudoacacias (también llamadas robinias), la Jacaranda, el Ciruelo
japonés, el Arce negundo…si me apuras
hasta el Magnolio. Todos estos árboles y otros muchos forman parte de mi bosquet personal. Un bosquecillo donde
experimentar una abstracción de la naturaleza en plena ciudad. Un paisaje en la
urbe que responde a la necesidad por lo verde, la vida y el refugio en lo
natural.
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Gracias. Un placer leerte y compartir lo que escribes a través de Facebook
ResponderEliminarEl placer es mio porque me lees Lourdes. Muchas gracias. Recibe un cordial saludo.
EliminarEn mi ciudad, Buenos Aires, gozamos de muchas especies muy diferentes de gran belleza y variada estética, sus diversos perfumes y beneficioso reparo. De todas ellas prefiero el Jacarandá, que en sus distintos tonos azula el paisaje y al caer sus flores alfombra nuestras calles y paseos de tonos violáceos, celestes y morados... Un verdadero placer para para regodearse. Los esperamos para compartirlo. Cordiales saludos.
ResponderEliminarAquí en Sevilla también forman una abundante población las Jacarandas. Curiosamente, a pesar de que es una árbol caducifolio, por las condiciones climatológicas solo pierde las hojas algunas semanas en Febrero. Así que casi siempre lo encontramos con una tupida masa vegetal. Gracias por dejar tu comentario Marta. Un saludo.
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